lunes, 8 de diciembre de 2008

Mami, yo controlo. (Alimentación infantil)


MAMI YO CONTROLO ¿QUÉ PASA SI LES DEJAMOS ELEGIR?
(Inés se "jama" una zanahoria pero no come purés)

¿Es cierto que podemos confiar en nuestros hijos para regular lo que comen? ¿Desde que edad? ¿Hasta que punto? ¿Hay estudios sobre el tema? Y la intervención de los adultos, ¿qué puede suponer? Me he hecho todas estas preguntas desde hace tiempo, y por fin me animé a investigar para tratar de responderlas. He buscado los estudios científicos que hay sobre le tema, y me sorprendió la cantidad de ellos que encontré. Y todos en la misma dirección: los bebés tienen la capacidad innata de regular su ingesta, y las intervenciones de los padres, tanto en sentido coercitivo como en sentido restrictivo, obtienen siempre el resultado contrario al deseado. Y que la única intervención posible por nuestra parte con efectos positivos es la oferta variada de alimentos saludables (o sea, excluyendo las chucherías y los excesivamente elaborados), y nuestro ejemplo. Como sé que algunas o muchas seguiréis teniendo dudas, paso a agrupar las lecturas que he hecho. Os voy a poner, además, el texto original de los artículos (en ingles) y el enlace con los que tengo completos. Empezaré por el final:




¿Qué sucede cuando los adultos intervienen?
Los adultos podemos intervenir de varias maneras. En caso de niños gorditos, la intervención de los padres suele ser restringir determinados alimentos que se consideran malos (dulces, grasas). Pero luego le permitimos al niños comerlo en ocasiones especiales (cumpleaños, navidades) y el resultado es que el niño asocia estos alimentos con situaciones agradables, y por tanto, los busca con más ahínco. En este caso, se ha encontrado que padres restrictivos suelen tener niños más gorditos: estos niños suelen consumir mayores cantidades de comida saludable, pero también de comida no saludable. Los padres que utilizan la comida como recompensa para modelar el comportamiento obtienen niños con mayor disconformidad con su esquema corporal (riesgo de trastornos como la anorexia y la bulimia). Los padres que insisten en que su hijo coma más: los estudios demuestran que la intensidad con las que los cuidadores responden al rechazo de alimentos es un predictor inverso (o sea contrario) de ganancia de peso: es decir, cuando los cuidadores responden presionando al niño para que coma, en lugar de conseguir que gane más peso, consiguen el efecto contrario. También se comprueba que cuando el control de la madre sobre la comida era pequeño, los niños que ganaban poco peso de 0 a 6 meses, lo compensaban en el segundo semestre, y viceversa, los que habían ganado demasiado peso, ralentizaban la ganancia. Cuando el control de la madre era elevado, se producía el fenómeno contrario. Algo tan extendido como “solo tres cucharadas más” o “termínate el plato” hace que el cerebro del niño se focalice en cosas externas a sus propios signos de hambre y satisfacción, impidiendo que estos actúen. En definitiva, los estudios demuestran que un elevado grado de control por parte de los padres, en cualquiera de estas direcciones se asocia con una disminución de la capacidad de autocontrol por parte del niño. Y por tanto, cualquier intento de intervenir en sus hábitos de auto alimentación puede tener efectos negativos alejados de la intención de los padres
¿Nada de lo que hagamos los padres puede entonces influir positivamente en los hábitos alimenticios del niño?
Pues si, hay dos maneras: poniendo a su disposición alimentos saludables, variados, con frecuencia. Y también con el ejemplo: las hijas de madres que consumen gran cantidad e fruta y verdura son con menor frecuencia malas comedoras y comen también más cantidad de estos alimentos. Por todo ello, los estudios sugieren que los padres debemos centrarnos menos en el comportamiento de nuestros hijos a la hora de comer y más en dar ejemplo con nuestros propios hábitos.
¿Pero desde cuando esta un bebé preparado para calcular sus necesidades?
Desde el nacimiento. De hecho hay estudios realizados con lactantes alimentados con leche de fórmula a los que se administraba la fórmula más concentrada o más diluida, y ellos modificaban las tomas de modo que el consumo calórico al final del día era exactamente el mismo. Los bebés alimentados al pecho suelen ganar peso más lentamente que los alimentados con fórmula. Y los estudios relacionan esto con un mayor grado de control por parte de la madre. Una madre que da el biberón, ve cuanta leche queda y se siente obligada a insistir al bebé para que lo termine. Una madre que da el pecho, al carecer de esta información, carece del control, y el control pro tanto lo tiene el bebé. Ésta es la razón de que los bebés alimentados con fórmula deban serlo también a demanda (del bebé), para que no resulte en una sobrealimentación. Esta capacidad de controlar la ingesta de calorías permanece en los niños pequeños. En un estudio realizado, se ofrecía a niños pequeños un menú compuesto por dos comidas. La primera era una comida estándar, manipulada en cuanto a la densidad energética en base a una mayor o menor cantidad e grasas e hidratos de carbono. El segundo plato era elegido libremente por los niños. Pues bien, sin mediar intervención adulta, cuando el primer plato tenía un menor contenido calórico, el segundo lo tenía mayor, y viceversa. Y en estudios de este mismo tipo, se demostró que esta capacidad de control, no se producía solo en el seno de una comida, sino también a lo largo de 24 horas: los niños demostraron realizar ajustes de energía a lo largo de comidas sucesivas, resultando un coeficiente de variación en cuanto al consumo calórico del 10 % como media, mientras que en comidas individuales esta variación podía ser hasta de un 40%. Estos mismos investigadores, demostraron que este mecanismo de autocontrol, se veía afectado cuando la atención de los niños se enfocaba en situaciones ajenas a sus señales de hambre y saciedad, como recompensarles por terminar el plato o hablarles de la cantidad de comida que quedaba en el plato. En estas condiciones, toda evidencia de respuesta al contenido energético de las comidas desaparecía. Por cierto, los que realizaron estos estudios, concluyeron también que a los 12 meses se producía un descenso generalizado del apetito.
¿Y cómo se desarrolla el gusto por la comida en los niños pequeños?
Durante la transición desde la alimentación exclusiva con leche, al consumo de comidas variadas, el niño aprende a aceptar un grupo de las comidas disponibles en su entorno. Los bebés vienen equipados con una serie de predisposiciones que facilitan el desarrollo de estos patrones de aceptación: 1-. Están predispuestos favorablemente a los sabores dulce y salado, y negativamente a los sabores ácidos y amargos (son los sabores de la mayor parte de los venenos). 2-. La aceptación de la mayoría de las comidas está condicionada a la repetición de la oferta. Dada su natural tendencia a la neofobia (fobia a los nuevos alimentos), se estima que un nuevo alimento debe ser ofrecido entre 5 y 10 veces para que los bebés lo acepten. Es decir: tienen predisposición a no aceptar alimentos nuevos y a aceptar alimentos que les son ofrecidos muchas veces. 3-. También las pautas de aceptación se ven afectadas por el condicionamiento positivo: un niño aceptara mejor los alimentos que le son ofrecidos en un entorno positivo, agradable. Y a su vez, rechazaran las comidas que les sean ofrecidas en entornos desagradables. 4-. También están preparados para preferir alimentos cuya ingesta tiene consecuencias digestivas positivas, como las que se producen cuando estando hambrientos comen alimentos con alta densidad energética. 5-. Pero aunque los niños nacen con unos mecanismos internos de regulación de la ingesta según la densidad energética, también son sensibles a los intentos de control pro parte de los padres, que redirigen la atención a cosas externas a las señales de hambre y saciedad. Asimismo, podemos asumir que los gustos de un bebé se ven influidos por los gustos de sus padres y sus selecciones, de modo que los padres podemos influir poniendo a su alcance determinados tipos de comida y actuando como modelo para ellos. Y ofrecer estas comidas saludables en un entorno agradable para ayudarles a adquirir buenos hábitos alimenticios. No quería terminar este artículo sin hablaros de un experimento que ya he mencionado en otras ocasiones. Ahora con el artículo original en la mano, me parece aun más sorprendente. Espero que a vosotras también os lo parezca. Clara M Davis o la sabiduría de dejar a los niños seleccionar su propia dieta Es un estudio presentado en junio de 1939, en Estados Unidos, recién pasada la gran depresión, y justo antes de la Segunda Guerra Mundial. Clara m Davis es una diminuta pediatra, que se hizo cargo de 15 niños recién destetados cuyas madres no tenían recursos económicos para sacarlos adelante, de forma provisional. Estos 15 niños fueron seguidos de forma exhaustiva durante entre 6 meses (el que menos tiempo estuvo en el estudio) y 4 años y medio (el que más). En este tiempo se registró cada gramo de comida que ingerían, así como cada deposición que hacían, analíticas de control, estudios radiográficos, peso y medida de los niños… se calcula que se hicieron un total de entre 37 000 y 39 000 registros de comida. Durante el tiempo que permanecían en la institución se les ofrecía alimentos que formaban parte de una lista de 33, en los que se incluían todos los grupos de alimentos. Estos eran servidos cocinados puros (sin mezclar) de formas sencillas, sin aliño de ningún tipo (la sal se les servia aparte) y presentados de forma que los niños pudieran ser autónomos a la hora de comer. Aunque eran acompañados por el personal del centro, no se permitía ningún tipo de indicación o señal ni del tipo ni de la cantidad de comida que los bebés consumían. Los 33 alimentos se distribuían en 3 o 4 comidas, en cada una de las cuales había representación de varios alimentos de cada grupo (proteínas de origen animal, cereales, verduras, frutas y leche). La selección tanto de la cantidad como del tipo de alimentos a tomar era libre completamente por parte de los bebés, y cuidadosamente anotada por sus cuidadores. Añado que algunos de los niños estaban enfermos cuando llegaron a sus manos: había varios casos de desnutrición y bajo peso, raquitismo… ¿Qué observó en estos niños? - todos los niños se recuperaron de sus déficits nutricionales, demostrado con estudios analíticos y radiológicos. - la cantidad de calorías/día ingeridas estaban siempre dentro de los considerado aceptable. Así mismo, también cuando se hacía el cálculo en un periodo de 6 meses. O cuando se calculaban las calorías por kilogramo de peso. - la cantidad de calorías ingeridas por los niños desnutridos sobrepasaba la media en un principio, para estabilizarse después. - los niños adaptaron las calorías consumidas a la curva normal de disminución de las calorías kilo ingeridas con la edad. - ninguno de los niños estaba especialmente gordo o delgado. Todos tenían un tipo más o menos uniforme. - la distribución de las calorías en cuanto a los nutrientes de media era: 17 % proteínas, 35% grasas y 48 % carbohidratos. Y la cantidad de proteínas disminuía con la edad en relación a una mayor actividad física y a una menor necesidad de “construcción” corporal. Las proteínas seleccionadas siempre eran las de mayor valor biológico. - incluso en niños con unos consumos nulos o mínimos de leche durante periodos prolongados, la mineralización ósea observada en las radiografías era perfecta. - ninguna de las 15 dietas se parecía ni remotamente a las otras, y sin embargo todas era igualmente equilibradas. - en caso de enfermedad (pocas: a penas unos catarros, y ninguna diarrea ni enfermedad seria) se producía una perdida de apetito 24 o 48 horas anterior al brote de la enfermedad y el apetito se recuperaba 12 horas antes de que la enfermedad cediera. Esto fue tan consistente, que les permitió predecir enfermedades. - tanto el apetito como la selección de alimentos, aparentemente errática, demostraron ser válidos. - los diferentes gustos se fueron puliendo con los días. Los primeros días lo probaban todo, incluyendo la bandeja, la cuchara o el papel, pero poco a poco cada uno fue desarrollando sus preferencias. La propia autora dice que su estudio tiene truco: el truco es que la lista de alimentos ofrecidos eran todos de indudable valor alimenticio, y por tanto, aunque el método de ensayo y error de los niños diera lugar a errores, estos no podrían ser muy graves.

Pongo dos enlaces, por si queréis leer los originales (en inglés). http://pediatrics.aappublications.org/cgi/content/full/101/3/S1/539 http://www.pubmedcentral.nih.gov/articlerender.fcgi?artid=537465
(Texto copiado de algún lado que tampoco recuerdo)

1 comentarios:

Elman, libreria dijo...

Y yo me como a Inés en esta foto, por diooos!!! que guapa está! muy interesante tu blog Cris :) y gracias por el link de Elman...Muakks